18 junio 2009

Modus Vivendi

John levantó los ojos de las cartas que tenía delante y por un momento cayó en la cuenta de la escena tan surrealista que se producía ante él. A su izquierda estaba Klaus Heinz, un reconocido modelo fetiche de grandes diseñadores y portada de algunas de las revistas más prestigiosas del mundo, reía animosamente mientras se tomaba el tercer Martini de la mañana. John tuvo un leve flash en el que recordó haber visto la cara de Klaus en la carpeta de alguna de sus compañeras de instituto. Lo miró mientras el modelo se metía una ralla de coca y pensó quedamente que aquel no era un buen ejemplo a seguir.


Forzó una sonrisa para seguirle algún chiste del que no se había enterado.

Frente a él Monique Lafleur, corresponsal de la revista Fashion París en Los Ángeles y ganadora de la “Blusa de Oro” tres años seguidos por ser la reportera mejor vestida de entre todas las periodistas en revistas internacionales. ¿Qué dirían sus jefes si la vieran ahora? Desnuda de cintura para abajo como estaba, con una camiseta cutre llena de lamparones de la pizza que habían comido a las tres de la mañana, parecía una fulana a la que le hubieran hecho el encargo de su vida en lugar de una estirada periodista de élite. También llevaba unas bonitas pantuflas peluche de conejitos rosas que pedían socorro por tener que soportar los hongos de los pies que Monique cubría perfectamente con esmalte de uñas e incluso maquillajes si la ocasión lo requería. A uno de los conejitos tristemente se le había saltado un ojo y John tuvo la graciosa sensación de que pedía a gritos que lo sacrificaran.

A la derecha y para completar el grupo John tenía a Don Marshall, columnista de Fashion L. A. y buen amigo suyo. Las pantuflas viejas que lucía Monique pertenecieron a la hija pequeña de Don, Isabel, cuya custodia había perdido después del divorcio con la madre de la niña, una tenaz agente inmobiliaria, a quien Don llamaba sin recato “la zorra” o “la guarra” según el humor que tuviera. Ahora las zapatillas compartían el mismo triste abandono que soportaba Don, que no parecía haber sufrido bastante hasta que se enteró de que su ex-mujer se había gastado el dinero de la separación en comprar una lujosa casa en Place Hamond y la compartía sin miramientos con el mismo monitor de aerobic con el que le ponía los cuernos pero, ahora sí, sin miedo a que les pillaran follando.

Pero volviendo a la pequeña fiesta, en sí misma la reunión de aquel trío en una sola mesa no llamaría la atención de la prensa de haber estado tan sobrios y decentes como lo estarían a diario. Todos, exceptuando a John, pertenecían al mundillo de la moda, eran ricos y reconocidos empresarios, sus edades rondaban los 30… Hubiera parecido casi normal de no ser porque eran las once de la mañana y seguían colocados por una mierda sintética que no les dejaba pegar ojo. Los cuatro en un ataque de hilaridad se habían maquillado con lápiz de labios rosa, Monique estaba medio desnuda y John llevaba puestas unas alitas de hada de la pequeña Isabel mientras Klaus, el escultural, lucía un sombrero de bufón la mar de cuco. Además podemos aderezar esto con que estaban intentando jugar a “Dungeons and Dragons” mientras los increíbles bafles que Don tenía en el salón vomitaban una canción de AC/DC que no les dejaba apenas oírse entre ellos.

A John le hizo tanta gracia recapacitar sobre todo aquello que se echó a reír a carcajadas y contagió su risa a los otros tres. Rieron hasta que les dolió el estómago e incluso más, después de que Klaus vomitara.

Pasadas más o menos las doce y media y perdidos entre un montón de basura desperdigada por la habitación, parecía que el grupo había conseguido conciliar el sueño. Cada uno estaba tirado de cualquier manera y en una extraña postura, pudiendo destacar a Don que estaba arrodillado y echado sobre la espalda de Monique tal como había quedado después de tirársela por segunda vez.

Para cualquiera aquello podía ser una noche de caos que no olvidaría en su vida. Para la gente rica y famosa era pura rutina. Para John tambien.

Despertó a eso de las tres de la tarde con un fuerte dolor de cabeza y algunas desagradables agujetas. Del grupo era el único que ya estaba despierto y casi todos habían conservado su postura original de cuando les venció el sueño a excepción de Monique que de algún modo se encontraba hecha un ovillo a dos metros de Don. A John le salió una risilla silenciosa al ver el panorama y recordar la cantidad de tonterías que se había dicho durante toda la noche. Se puso de pie despacito, todo lo lentamente que sus doloridos muslos le permitieron y empezó a buscar sus pantalones. Los encontró en un rincón, bajo la pierna de Klaus y tuvo que hacer equilibrios para sacarlos sin despertar al modelo.

Había que ser discreto después de todo.
 
Fue al baño, una lujosa habitación del tamaño de un salón de baile y cubierta de mármol. John sabía que aquello posiblemente valiera más que toda su casa junta aunque no le daba importancia. Era humilde y sabedor de las diferencias de clases. El truco para disfrutar de la vida no consistía para él en sentir envidia de lo que no tenía, sino en saber disfrutarlo cuando estaba a su alcance. En el espejo el chico con melena oscura y ropa de segunda mano no se preocupaba de pensar que en unos minutos saldría de la opulencia para sumergirse en los océanos de la clase media-baja a los que verdaderamente pertenecía.

John disfrutaba saliendo y entrando entre los dos mundos. Sabía que las posibilidades eran limitadas y lograrlo era complicado y emocionante. Era casi como levantarle la falda a una chica. Llamar la atención de los ricos para que le incluyeran en sus fiestas, rondarles hasta hacerles entender que él les era imprescindible entre sus amistades. Y cada vez le resultaba más fácil. Se quitó las alitas de la pequeña Isabel y decidió darse una ducha caliente. El agua balsámica se llevó la suciedad y parte del cansancio y dejó que el chorro corriera sobre él quedándose muy quieto bajo la modalidad “Deluxe Fall” que ofrecía la ducha de alta tecnología. Aquel momento de soledad e intimismo le trajo a la mente detalles de la noche anterior, y pese a que huía siempre que podía de las drogas fáciles no podía prescindir del sexo y desenfreno que él adoraba, lo buscaba y lo encontraba, e incluso se lo ofrecían. Le hacía sentir orgulloso y falsamente sano.

De pronto se acordó de Sara y se dio cuenta de que ese día ya no la vería. Resopló como un caballo al darse cuenta de esto y un montón de gotitas de agua se desprendieron de sus labios huyendo del aire que expulsaba por la boca. Echó la cabeza hacia atrás y soltó un gemido al notar como le chasqueaba el cuello.

Sara.

No le merecía la pena compadecerse de sí mismo. Salió de la ducha y se vistió. Decidió ir a ver a Helen que probablemente seguiría en el laboratorio y pasaría la tarde con ella. Siempre sería mejor que estar solo.
 
Salió de la ducha y se secó con unas toallas suaves de diseño que valdrían más de 600 dólares. Se vistió y robó un buen chorro de la colonia que Don tenía sobre el lavabo.

Al salir del baño y deslizarse por el salón vio de lejos el deleznable campo de batalla en que se había convertido la zona de los sillones, con envoltorios de todo tipo desperdigados por el suelo, cartas de roll tiradas por todas partes, botellas, vasos, pastillas, condones, cuerpos… El flamante top model Klaus Heinz tenía su anatomía valorada en millones de dólares tirada de cualquier manera, con manchas de vómito en la cara y roncando con tal fuerza que le confería su apostura el sex appeal de un perro muerto.

Una sonrisa radiante iluminó la cara de John mientras salía de puntillas de aquella Gomorra.

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