31 enero 2012

FUNERAL

Un trueno se oyó a lo lejos y muchos de los asistentes levantaron un momento su pose de mirada lánguida y se miraron unos a otros con complicidad incómoda. No llovía aún, pero con ese cielo gris ceniza a buen seguro que no tardaría en desatarse la tormenta que llevaba amenazando desde hacía un par de horas. Si aquel hombre de Dios no terminaba pronto de dar el sermón el entierro iba a estar pasado por agua.


O sea que grosso modo había allí más de doscientas personas inquietas, casi todas personajes del mundillo de las artes y la cultura o altos mandatarios que, por una razón u otra, se habían apuntado a lo que prometía ser el funeral del año… aunque tal frivolidad no la admitiera nadie en voz alta. Es por ello que entre todos aquellos ediles curules, ricachones y esperpentos del pop cultural podía sumarse una millonada en trajes, joyas y tocados, por no hablar de los peinados y maquillajes de Crull’s en Five Avenue que se irían al garete de un momento a otro.

Un silencioso pánico empezó a mascarse en el ambiente. Algunos de los que estaban de pie agarraron con fuerza sus paraguas como si temieran que fueran a quitárselos aquellos otros menos precavidos. Incluso la llorosa Tea interrumpió un momento su sobreactuado llanto para mirar al cielo con desconfianza.

El sacerdote no varió un ápice el ritmo de su letanía, ajeno totalmente a las miradas, unas de súplica, otras de apremio, que se le estaban dirigiendo, y cuando por fin terminó y dio paso a John Watts para decir unas palabras sobre su amigo, todos se volvieron hacia él con la urgencia amenazante de una fiera hambrienta en un circo romano. Si no se daba prisa se lo iban a merendar.

Tocó el hombro de Daniel y le susurró al oído.

Te prometo que seré breve.

Él no entendió lo que le quería decir.

Siguió con la mirada a Wattsy mientras este subía al púlpito preparado para el sermón y se preguntó por qué su padrino creía que él necesitaba que fuese breve. Tal vez pensaba que era mejor terminar con ello cuanto antes, igual que si fueran a arrancarle una astilla clavada o a tirar con rapidez de una tirita que se había adherido a los pelos. Y no es que le gustase estar ahí sentado ante el ataúd de su padre y rodeado de aquella caterva de desconocidos, pero entendía que aún así, aún con el dolor que se debía de sentir con la pérdida de un ser querido, un funeral no debía forzarse a la brevedad, que la finalidad de todo aquel ritual era supuestamente la reflexión y el duelo, y despedirse como Dios manda. ¿No se suponía que debían decirle cosas bonitas al muerto hasta quedar satisfechos y dejarle marchar en paz?

Aunque dudaba de que la mayoría de los allí presentes hubieran cruzado más de dos frases con su padre en toda su vida, y que casi ninguno sabía más de él de lo que habían leído en los periódicos, lo lógico era que muchos de ellos tuvieran algo que decir al respecto.

… era una persona extraordinaria en todos los aspectos. Un buen padre, un hombre ejemplar, un gran amigo y colega, un artista y un genial arquitecto. Pete hacía que…

A Dani se le escapó una risilla nasal de desdén que disimuló con una tos. Una mano cálida embutida en un gótico guante alto de encaje se posó delicadamente sobre la suya y se la apretó con sentida caridad. Miró a su derecha, a Charlie que estaba sentada a su lado y la observó como quien se sorprende al encontrar una mosca en su sopa. Ella no era así. No era de esas chicas tiernas, la clase de chica que te consuela si tu novia te ha puesto los cuernos. Era más bien aquella que te decía que te limpiaras los mocos y te follaras a otra. Era un poco bruta y por eso le caía bien. Pero aquel día no dejaba de asombrarle; primero con el maquillaje y la ropa elegante, elementos ambos que nunca habría encajado en una misma frase con su nombre, y después con aquellos gestos de gratuita complicidad del sufrimiento.

En cualquier caso Charlie y Wattsy se equivocaban de medio a medio. Él no sentía dolor, ni sufrimiento, ni miedo. No sentía nada de nada.

Cuando le llamaron del hospital estaba haciendo los deberes en casa y no tenía ni idea de dónde estaba su padre… lo cual ocurría bastante a menudo.

Llamó a Wattsy porque eso es lo que le pareció que debía hacer. Aquel hombre había pasado en casa más tiempo que ninguna otra persona que él hubiera conocido y de hecho, hasta donde él recordaba, no habían entrado demasiadas personas en la casa de Pete McGee, lo cual convertía al hombre en uno más de la familia. Las visitas de su padrino eran regulares, al menos una vez al mes, y dado que no tenía a ningún familiar cercano después de que la abuela Susan muriera en verano, llamar a Wattsy le pareció una buena opción. Tras recibir la noticia cogió el coche asombrándose de su propia claridad de ideas y su tranquilidad, y condujo hasta el hospital repasando mentalmente el temario de ciencias. Pete había sufrido un accidente con la moto, había dicho el médico, con la Harley, ¿y qué? Su padre no era de los que conducía rápido, ni siquiera era de esos a los que les gustaba la velocidad. Más aún, después de diez años con ella, Pete le había asegurado que sólo había cogido la moto un par de veces y cada vez era más reacio a hacerlo.

Una vez, mientras Dani se estaba sacando el carné de conducir, este le preguntó que por qué no se compraba un deportivo como hacían todos los hombres con la crisis de los cincuenta. Su padre se había reído, “no me gustan los coches poco seguros y para que lo cojas tú a escondidas y te mates creo que no quiero comprarlo”. Así que Pete estaría bien, seguro. Siempre había dicho que si tenía que morir en un accidente debía ser por un ladrillazo en la cabeza no en la carretera, y en consecuencia los pocos coches que tenían eran los más seguros del mercado, incluyendo el Jaguar Sentinel que Pete usaba casi a diario.

«Pues te has lucido», pensó Dani mientras miraba el ataúd cerrado a cal y canto que había delante de él.

No habían abierto el ataúd en ningún momento y Dani no había vuelto a ver a su padre, no le habían dejado. Al parecer había quedado tan hecho puré que habían creído conveniente que nadie lo viera. Cuando llegó al hospital Wattsy ya estaba allí y entraron juntos, le informó de que no le habían aclarado nada por teléfono y buscaron al doctor que llevaba el caso. «No lo ha superado» dijo aquel tipo de pelo graso y aspecto ratuno. «No lo ha superado» como si fuera un examen en el que se aprueba o se suspende.

«Suspenso papá. Será la primera vez en tu vida que no das la talla». Pensó mientras veía paciente como su padrino volvía a su asiento con lágrimas en los ojos. «Al menos alguien llora de verdad».

Después de aceptar la mano reconfortante de Helen, su mujer, Wattsy se volvió hacia él.

¿Qué te ha parecido?

No supo muy bien qué contestar y sintió que se le atragantaban las palabras en la cabeza. Mientras el alcalde de Nueva York tomaba su lugar en el púlpito y empezaba su discurso coreado por apremiantes truenos, Dani reparó en la llorosa Tea que estaba frente a él.

Emotivo asintió dándose por satisfecho con esa valoración. Al otro lado, Tea se enjugaba las lágrimas con la punta de un pañuelo.
Wattsy resopló.

Ignoraba que hubiéramos contratado plañideras dijo mirando a la mujer—. Esa tía me saca de quicio.

Dani sintió la tentación de esbozar una sonrisa pero se contuvo. Entendía que muchos estaban pendientes de él, incluida Charlie que aún le cogía de la mano, Steve, que cogía a su vez la otra mano de Charlie, o su padrino que no le perdía de vista por si le entraba un ataque de pánico.

Lo raro era que él se sentía asombrosamente bien. No había llorado en ningún momento, ni sentido una pena terrible y ni siquiera había usado el broncodilatador para el asma más de lo necesario como le ocurría cuando estaba muy nervioso. Aún se culpaba porque cuando el médico con aspecto de roedor empezó a dar datos técnicos en mitad del pasillo del hospital, dando por zanjado el tema de que Pete estaba muerto y bien muerto, lo primero que pensó fue si iba a tener que vivir en la casa sólo con la criada a partir de entonces. «Como el huérfano Bruce Wayne» pensó. Y mientras el bueno de Wattsy le pasaba un brazo por los hombros y le decía que tranquilo, que todo saldría bien, y le obligaba a abrazarle como si él lo necesitara.

Después de aquello su padrino había insistido en que se quedara en su casa, no iba a dejar que estuviese solo siendo menor de edad, y menos en una situación así.
Los truenos se oían cada vez más cerca y ya empezaba a chispear. Por fortuna el alcalde ya había dicho todo lo que tenía que decir y tuvo la iniciativa de proponer terminar el acto en el hotel, donde iba a tener lugar el convite. Todo el mundo pareció muy de acuerdo y no pusieron objeciones.

¿Por qué en un hotel? dijo Steve asomando su cabeza hiper-rubia al otro lado de Charlie.

Dani se encogió de hombros.

A Pete no le gustaba meter a gente en casa.

Frog, que se había sentado algo más lejos, ya se había puesto de pie y estaba acercándose para hablar con los demás.

¿Pero cabrían todos estos?

Dani asintió. «Todos estos, y los periodistas que hay a la entrada del cementerio, y un par de centenares más» pensó.

Nunca había llevado a sus amigos a casa, no a todos. No es que su padre se lo hubiese prohibido ni nada de eso, ni siquiera se lo había preguntado. Era solo que tal vez compartía esa manía de su padre de no dejar que nadie fuese a la casa, y, si no había más remedio, cuanta menos gente fuera mejor. En el fondo sabía que esa extravagancia venía motivada por dos hechos bien distintos en ambos; para Dani era simple necesidad de privacidad, para Peter McGee era también cuestión de arte.

La mansión de Elder Hill era una especie de misterio mediático. Era muy difícil verla desde fuera de los dominios de la propiedad, e incluso los helicópteros lo tenían complicado para hacer buenas panorámicas de la casa a través de los bosques de grandes encinas que delimitaban el jardín. Pete nunca había dejado que fotógrafos ni reporteros fueran a la casa y la única foto que había salido en la prensa se la había hecho Dani a su padre hacía tres años. Wattsy no descartaba que muchos de los invitados al funeral hubiesen ido pensando que aquella era una oportunidad de oro para echarle un ojo por dentro a la casa.

Se van a dar con un canto en los dientes aseguró el hombre mientras ultimaba los preparativos del entierro—. Tu padre nunca dejó que nadie que no fuera de confianza entrase en la casa, y yo te juro que no creo en los fantasmas Dani, pero, por si acaso, no me voy a arriesgar a que Pete me ronde señalándome con el dedo acusador durante toda la eternidad.

A Dani le hizo gracia la imagen mental de su padre, en plan zombi, persiguiendo al pobre Wattsy y diciéndole «¡les dejaste entrar!». Le parecía bastante macabro y cómico a la vez.

Pete nunca había dejado de remodelar y cambiar algunos pequeños detalles de la casa. La mayoría de las veces lo hacía él sólo o en ocasiones contrataba un obrero de confianza para que le ayudase, un manitas de origen bengalí llamado Carl que se ocupaba de las averías y pequeños arreglos de las mansiones de la zona. Aquel pobre hombre no habría sabido usar una cámara de fotos aunque le hubiese ido la vida en ello, y pese a que muchos reporteros le habían ofrecido grandes sumas de dinero, la honradez del hombre, y, por encima de todo, la remuneración económica de Pete, era mejor aliciente y no se enfrentaría a una demanda millonaria si el señor McGee pillaba una cámara de fotos de extranjis en su casa. Y lo mismo pasaba con las dos criadas.
Los únicos detalles que los buitres de la prensa pudieron sacar de la casa fueron unas declaraciones de su amigo, el gran arquitecto Oscar Gloeckner, que le había ayudado con ciertos detalles de estilo: “Es una maravilla, te deja sin palabras. Es sin duda alguna su obra maestra”.

Tiempo después se hizo popular la idea de que la casa de Elder Hill era la Gioconda de Peter McGee. Daniel oyó aquella frase muchas más veces después de la muerte de su padre.

Mientras todas las personalidades (la mayoría era gente que Dani sólo había visto en la televisión) que habían asistido iban desalojando el cementerio azuzados por los truenos y la inminente lluvia, los más cercanos a Pete y a Dani se quedaban de pie arremolinados cerca del ataúd.

Evans, alias Bear, luciendo su voluminoso cuerpo anormalmente trajeado, se acercó al resto del grupo de amigos de Dani.

Quieres que te esperemos en el hotel o a la salida dijo con su aplomo característico.

Podemos quedarnos aquí, si quieres dijo Frog pasándole un brazo por los hombros, un gesto que estaba totalmente fuera de lugar. Dani pudo ver de cerca sus espinillas y el abrazo de aquel tipo larguirucho lo pusieron un poco incómodo.

—¡Cállate, Frog! le espetó Charlie enfadada No seas plasta ¿quieres?

Yo sólo…

¡Déjale tranquilo y vamos!

Se despidieron con un rápido hasta luego mientras Charlie se llevaba al larguirucho Frog a empujones. No sabía por qué pero Charlie con aquella indumentaria, el pelo rizado rubio y esos guantes negros de encaje le recordaba a Madonna. Mejor no se lo diría, aquello la haría enfurecer.

¿Estás bien? preguntó Stevie.

Él asintió.

Te esperamos a la entrada por si nos necesitas dijo Bear Evans con voz grave.

Gracias.

Steve era divertido, espontáneo y humilde. Dani pasaba más ratos con él y con su novia Charlie que con los demás y, salvo las veces en que Frog no se autoinvitaba, ellos tres eran el pilar del grupo. Luego estaba Bear, que quedaba con ellos de forma un tanto arbitraria y que era para ellos algo así como el gran oráculo, la voz de la razón. Para Dani, Bear era el tipo más listo que conocía. Era algo gordinflón, no muy guapo, usaba gafas, y probablemente había sido de los primeros en su clase en tener la barba de Obi-Wan. Pero tenía cierto estilo, su inteligencia era de una lógica aplastante y atractiva, con un don de gentes fuera de lo común y, por métodos que nadie llegaba a comprender del todo, era un crack con las chicas.

La masa de ricachones vestidos de negro se fue alejando y perdiendo en la lejanía. Al final quedaron allí solos Wattsy y su mujer Helen con Dani y al otro lado del ataúd estaban Michael Corrigan, el abogado y viejo amigo de su padre, y Tea Graham, que mantuvo una breve conversación con el abogado antes de que Michael se acercara a los demás.

Me ha gustado mucho dijo dándole la mano a Wattsy junto con una palmada en el hombro, de verdad. No se me habrían ocurrido mejores palabras…

Dani vio cómo a Michael se le llenaban los ojos de una capa de humedad y entonces ambos hombres se abrazaron de forma espontanea tratando de contener la emoción sin conseguirlo demasiado. Helen, situada tras ellos, también lloraba.

Dani se sintió como un cabrón.

Era el hijo del difunto y se veía incapaz de sentir ni la mitad de emoción que aquellos dos hombres. ¿Pero qué le pasaba? ¿Es que no había querido a Pete jamás?
«Menuda estupidez» pensó «¿cómo no iba a quererle? ¡Joder, era mi padre!».

Sabes que tu padre te quería ¿verdad Dani?

Él se volvió y vio a Tea tras él, guapa y frágil, cubierta con un velo negro y tocada con un minúsculo sombrerito. Debía de estar más cerca de los cuarenta que de los treinta, pero incluso con el rímel estratégicamente corrido y la nariz roja de tanto frotársela, a Dani le pareció un bombón.

Lo sabes ¿no?

Ella se tomó la libertad de revolverle cariñosamente su melena negra, ya de por sí enmarañada, como para que ayudara a empeorar el asunto. No creía tener tanta confianza con ella como para que lo tocara.

Dani no acertó a decirle nada, pero dio un paso atrás. Le resultaba incómodo, cuanto menos irritante, que una mujer a la que había visto dos veces le hablara con tanta familiaridad de su relación con Pete. ¿Acaso ella había conocido mejor que él a su hermético padre? Era probable que sí, era probable que se hubiera llevado una porción, una conversación, alguna confidencia de su padre que por derecho le correspondía, pero no creyó que la generosidad con ella, en cuanto a momentos íntimos se refería, hubiera sido mucho mayor que la que había tenido con él. Después de todo sólo la había llevado a comer a casa una vez.

¿Qué te parece? le preguntó Pete cuando ella se hubo marchado después de comer.

Después de meditarlo un momento se encogió de hombros.

Que está buena.

Su padre se había echado a reír y le había palmeado la espalda.

Sí, y poco más.

Después sólo la había vuelto a ver en una cena de Navidad en casa de Wattsy dos años después… y en el funeral.

Tea dijo Michael acercándose condescendiente a ella, será mejor que dejemos al chico sólo un momento.

Sí asintió con una sonrisa boba como si estuviera tratando con un niño pequeño.

Acto seguido la mujer se inclinó y le dio un beso en la mejilla a través del velo. Dani tuvo la tentación de apartarse pero no lo hizo y rato más tarde se recriminó su falta de reflejos.

Mientras Dani observaba con el gesto ceñudo como Michael se llevaba a la mujer de allí con paso vacilante oyó a Watts tras él resoplar irritado.

Vaya personaje.

Déjalo John le urgió su mujer. Dani, ¿quieres que nos quedemos o te dejamos a solas?

Él se encogió de hombros.

Estoy bien.

Los dos se miraron y asintieron.

Estaremos en el camino de salida por si nos necesitas.

Y ahí se quedó mirando como todo el mundo se alejaba dejándolo sólo con una caja de pino (¿será de verdad de pino?) mientras la lluvia empezaba a caer lenta pero cada vez con más confianza.

Está hecho polvo oyó que decía Helen, a lo que su marido contestó con un cabeceo.

¿Lo parecía de verdad?

«Soy un cabrón».

Agachó la cabeza en señal de respeto porque pensó que aquello era lo que se debía hacer, como si hubiera un protocolo para despedidas fúnebres y estar cabizbajo fuese un requisito indispensable.

- Pues…

Se sintió ridículo solo diciendo esa palabra en voz alta y resopló incómodo.

Permaneció allí unos minutos mientras las lluvia empezaba a arreciar, y pensó que si de una cosa estaba seguro era de que su padre no querría que se le agravara el asma por culpa de un catarro. Se frotó la cara en parte para retirar la humedad y en parte para despejarse, como si aquello fuera a ayudarle a entender qué demonios estaba haciendo él allí calado hasta los huesos ante un féretro impasible, una caja de madera que no era su padre por mucho que los demás quisieran interpretarlo así. ¿Decir adiós a qué? ¿A quién? ¡Ahí no había nada! Como mucho habría un cadáver si levantaba la tapa y estaba seguro de que le costaría mucho reconocer a su padre en lo que encontrase ahí, si es que aún tenía forma humana.

De repente, y por alguna extraña razón, se le metió en la cabeza que aquel ataúd era demasiado pequeño para que cupiese Pete en él.

Vacilante, se acercó a la parte de las piernas, miró a su alrededor para comprobar que no le veía nadie y tiró de la tapa hacia arriba.

Un extraño olor a producto químico, como a hospital, salió del interior. Por la rendija que abrió de aproximadamente un palmo sólo pudo ver dentro un poco del traje negro y las manos cruzadas sobre él… dos de sus dedos tenían una forma extraña, como torcidos en una postura antinatural y la mano de debajo estaba totalmente vendada y oculta a la vista.

Cerró la tapa de golpe y se retiró poco a poco. Se encogió de hombros mientras se alejaba.

«Menudo arquitecto voy a ser con esta percepción de espacio, ¿eh, Pete?»

4 comentarios:

Caminante dijo...

Vaya, Marian, siento no haberme fijado antes que habías puesto un post. Recuperandome todavía de una larga enfermedad que me tiene fuera de juego desde hace meses, ahora es cuando mi cabeza me permite volver al ciberespacio sin molestos dolores.

Caminante dijo...

PD. Lo de Editorial Portilla será alguna indirecta o simplemente un boot? A mí no me ponen esas cosas en el blog y mira que me interesa lo de luchar contra la puta diabetes, que es la que me está jodiendo la vida!

Marian Leis dijo...

Qué pachuchillo estás amigo. No sabes lo poco que me gusta verte tan desanimado. En serio, un abrazo con mucho cariño... te lo mandaré también en facebook.
Ni siquiera había visto el comentario. Normalmente los miro cada dos o tres meses para quitar spam. Hoy me he metido porque habías escrito tú. Yo pensaba que mi blog era el gran olvidado... ¡si ni yo me acuerdo de él! ¡¡jajajaja!!
Será que como se llama funeral a alguien le ha tocado la fibra cibernética. Aprovéchate tú del enlace, yo paso de hacer labores sin ánimo de lucro... Mi cuenta bancaria ya es una gran damnificada per se.

Publize dijo...

Buenas,

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