30 enero 2009

Movie World

Llevaba casi diez años trabajando para la policía en casos de snuff movies y pornografía infantil. Primero como becario, catalogando archivos y mejorando digitalmente la visualización de las cintas. Ese primer trabajo le supuso tener que revisar fotograma a fotograma centenares de películas brutales en busca de la más mínima pista que permitiera identificar, por un lado a la destrozada víctima, y por el otro a sus asesinos o torturadores.


Estos últimos casi siempre eran dos o más.

Como técnico de programación y sistemas el trabajo no estaba mal. Podía catalogarse de interesante teniendo en cuenta que aquello era como hacer de detective. No es que tuviese mucho que ver con lo que él había estudiado pero al menos debía usar un programa de ordenador y no tratar con nadie. La gente no le gustaba mucho antes de trabajar en esto y después menos aún. Durante los primeros seis meses como becario pudo llegar a contar treinta y dos las veces en que acabó vomitando y casi siempre terminaba el día con diarrea y malestar de estómago. Sabía que era un trabajo sórdido pero se resignó a que alguien tenía que hacerlo. Era un hombre muy voluble, casi diría sacrificado, y poco a poco se fue haciendo a la idea de que aquella sucia tarea le correspondía a él.

Curiosamente, con el tiempo fue desarrollando cierta insensibilidad por aquello que veía. Había llegado a la conclusión de que el ser humano era capaz de cualquier cosa y si bien las tragedias del telediario no le sorprendían nada en absoluto, se había vuelto tan desconfiado que sus relaciones sociales se limitaban a su jefe, su hermana y un pequeño canario con artrosis llamado Fito.

Desde hacía cinco años la tarea de analizar aquellas películas se la había repartido con dos o tres compañeros más a su cargo, con los que él no tenía que tratar en persona si no quería, pudiendo coordinarse a través de email.

Su labor en cambio se enfocó más al hallazgo de dichas películas en la deep web. El hecho de que la red pasase a ser accesible a todo el mundo de un día para otro trajo algunas ventajas y multitud de inconvenientes. Entre las ventajas se contaban las firmas digitales y los rastreos de la ips en los posibles servidores. Pronto esto último acabó siendo un infierno incluso para los modernos programas de rastreo y los hackers experimentados como él. Podían tener la suerte de encontrar un video de una chica destripada en el ordenador de un pervertido en Córdoba y resultar que aquella imagen había dado tantas vueltas alrededor del mundo y a través de tantos servidores al mismo tiempo que sería imposible hallar el origen. Siempre podrían tener al perturbado cordobés pero la fuente original seguiría intacta y, por lo tanto, ni el asesino ni la víctima saldrían del anonimato.
Nunca había recibido amenazas de muerte pero intuía que una amenaza de alguien que tortura y mata sin pudor sólo para conseguir dinero no sería un plato de buen gusto para nadie. Por si acaso y para ser precavido siempre encriptaba diez veces sus e-mails y se conectaba a internet a través de un servidor en Montecarlo que su vez desviaba la señal a tres bandas a diferentes puntos del planeta. Sabía que no era infalible pero al menos no era como dejar la puerta abierta a los malvados.

Nunca tenía correo spam.

Llevaban dos años él y su equipo, a los que coordinaba mediante una red cerrada, persiguiendo el origen de una serie de vídeos colgados en varias páginas web exclusivas de las que sólo se podía saber de su existencia si te contactaba un anónimo. Había que estar muy interesado y tener mucho dinero para poder tener acceso al material que se ofertaba.

Siempre que el departamento encontraba algo con origen en otro país pasaban el parte al extranjero y colaboraban entre todos para pillar a los asesinos. El caso que estaban tratando se lo había pasado a él un jefe de la policía sueca porque al parecer la víctima decía algo en español: “Por favor”.

Era lo más espeluznante que pudo ver en su vida. Después de años de hacerse a la idea de que lo había visto todo aquello le hizo vomitar de nuevo. Por más que analizó el video no encontró ni una sola pista.
Con el tiempo llegaron más vídeos y cada vez eran peores. Los últimos meses había dejado que su equipo se ocuparse de buscar datos en las grabaciones mientras él se limitaba a la ardua tarea de seguir el rastro en las ips de un vídeo falso en oferta que había elaborado su departamento.

Después de tanto tiempo consiguió dar con dos clientes sospechosos que habían descargado el video en una de las páginas. Lo único que podía hacer era contactar con ellos y tratar de sonsacarles información de alguna manera para poder acceder a otro material, e incluso a la fuente, a los propios asesinos.
 
Siempre fue muy reacio a hablar con nadie, más aún con este tipo de personas, así que iba postergando el contacto “directo” por mensajería instantánea y únicamente se dedicaba a inspeccionar los ordenadores personales en busca de alguna información.

Estaba buceando en las entrañas de uno de esos ordenadores cuando sin avisar se abrió el programa Word y con una frase escrita.

“¿Qué coño estás haciendo?”

A expensas de lo aterrador que pudiera parecer, la anécdota no dejaría de ser curiosa puesto que ni siquiera estaba usando el sistema operativo de Windows.

Estaba sorprendido y paralizado, no sabía qué hacer. Se había quedado mirando la pantalla con los ojos muy abiertos y las manos en alto como si le hubieran pillado cometiendo un atraco. En ese momento se encontraba en la oficina y no entendía cómo podían haber burlado no sólo la seguridad de la policía sino también su sistema adicional a prueba de piratas informáticos. También había que tener en cuenta que no se estaba usando un programa de mensajería sino que le escribían directamente a través del Word de su propio ordenador.
 
¡Estaban en su ordenador! ¡No podía ser!

Eso era como leer el correo mientras desayunas y encontrar una carta del banco que dijese “¿te apetece un poco más de café?”. Era increíble.

Empezaban a sudarle las manos y tuvo miedo pero decidió que si le habían pillado tenía que tomar las riendas de la situación. Con dedos temblorosos contestó debajo.

“Tengo tu nombre y tu dirección, si colaboras con nosotros no te pasará nada”.

“No tienes una mierda, hijo puta”.

La contestación había sido instantánea y muy amenazante, tan cargada de ira que empezó a pensar que tal vez había dado en el clavo, que tal vez aquel sospechoso era el tipo que buscaban desde hacía dos años. Contestó:

“Claro que sí, ahora mismo estoy haciendo un rastreo de mi propio ordenador. Con un poco de suerte mañana encontraré tu ip entre todos mis registros y con ello tu dirección. Después, todo habrá acabado”.

El puntero quedó pulsátil unos cuantos segundos, casi un minuto. Empezaba a pensar que el intruso había desaparecido asustado cuando éste volvió escribir.

“Quiero que veas una cosa”.

A los cinco segundos se abrió una nueva pantalla, esta vez del reproductor multimedia de Windows. Casi al instante comenzó un video, primero algo movido y borroso y después la cámara se estabilizaba seguramente al ser depositada en alguna superficie.

El hombre pensó que no le haría falta investigar el escenario porque lo reconocía perfectamente. Se trataba de su cocina.

En un momento dado aparecía en el ángulo de visión el mismo individuo de negro que él tan bien conocía, el mismo tipo enmascarado al que había visto mutilar y asesinar a personas inocentes. Su trabajo lo obligaba a mirarlo con lupa, cada perfil de su anatomía, plano por plano, en una película tras otra. Lo odiaba, le daba asco. Se ocultaba cobarde tras un antifaz que dejaba ver al espectador como sonreía con malicia.

Era un psicópata contumaz y ahora estaba en su cocina. El solo hecho de verle allí ya le daba arcadas. Pensó llamar rápidamente a una patrulla pero se dio cuenta enseguida de que era inútil. Aquel vídeo ya había sido grabado y el hombre no estaría allí.

El asesino cogió un cuenco (su cuenco) y lo llenó en el fregadero (su fregadero y su agua que pagaría él a fin de mes). Después salió del plano y volvió a aparecer en seguida con la jaula del canario.
En el vídeo se veía como cogía al animal y se pasaba alrededor de cinco o diez minutos sumergiendo su cabeza en el cuenco a intervalos de tres segundos. Más tarde cogió las tijeras de cocina (sus tijeras) y se dedicó a cortar las alas con una sonrisa siniestra pintada en la cara, trozo por trozo, mientras el pobre Fito chillaba de agonía. El policía apagó el sonido mientras las lágrimas resbalaban por sus mejillas. Estaba a punto de chillar de angustia cuando pasó el último fotograma que dejaba a un pobre Fito agonizante en su jaula y sobre un charco de sangre.

La pantalla del reproductor se cerró mientras el Word volvía a aparecer con una nueva frase.

“¿Verdad que no quieres que esto le ocurra a tu hermana?”.

La conexión se cortó. Fue más un sentimiento que una certeza. No sabía cómo, pero estaba seguro de que aquel terrorista se había marchado.

¿Qué hacer?

¿Debía volver a casa y recoger los restos de su mascota como si nada?

¿Debía investigar por su cuenta y ser más precavido de ahora en adelante?

¿Tal vez llamar a la policía, a sus compañeros?

Mientras lo pensaba cerró todos los programas de rastreo, todos los informes, los programas de códigos y las conexiones de red.

Después abrió Windows y se puso a jugar al buscaminas.

3 comentarios:

Caminante dijo...

Y digo yo, sólo una pequeña observación: ¿Era necesario que el canario tuviese artrosis?

Pompilio dijo...

Algunos dicen que no hay nada mejor para calmar los nervios que el buscaminas o el solitario, a diferencia de algunos a mi el buscaminas me destroza los nervios, en verdad creo que me encontraré con una mina.
Mucho más para leer de tí, lástima que no pueda decir lo mismo de mí ja.

Darthpitufina dijo...

Holaaaa, hace un montón que no sé de tí. ¡¡Queremos actualizaciones!!, ¡¡más relatos,jo !! ¿Cuándo tendrás un poquito más de tiempo?

Sigo a la espera....