11 noviembre 2008

SIN PALABRAS

Paul y Sarah vivían en un pequeño rancho con sus dos hijos y su ahijado. Laura tenía trece años y estaba en plena pubertad. Siempre había sido una chica risueña hasta que la adolescencia empezó a oprimirla con sus irremediables transformaciones. Los últimos meses habían sido los peores. A parte de los altibajos de humor y de estar insociable y arisca con todo el mundo, físicamente también hubo muchos cambios, el pecho creció y había engordado bastantes kilos. Aunque en ocasiones su madre la pillaba poniéndose una faja en la tripa, al final siempre lo achacaba a cosas de la edad.


Luego estaba Tim, el pequeño. Los repentinos cambios en su hermana y el consiguiente rechazo de esta en la que siempre había encontrado a una amiga lo mantenían desde hacia una temporada considerablemente triste. 

A pesar de estos inconvenientes la familia era bastante feliz. Era el sobrino de Paul, Sony, el que siempre hacia las delicias de todos. Ayudaba en la casa, a los niños con los deberes y trabajaba en la pequeña granja de la familia. Paul le había ofrecido seguir estudiando después de cumplir los 18 pero el chico se empeño en dejarlo, decía que así se sentía más útil. 

Desde que se mudara al rancho hacía dos años el carácter del chico había cambiado mucho. Haber perdido a sus padres de forma tan abrupta le supuso un gran trauma. Paul siempre supo que su hermano mayor, el padre de Sony, era un maniaco, que incluso desde pequeños había sido un niño retorcido. El día en que se enteraron de que había matado a la madre de Sony y que después se había suicidado con la escopeta no les sorprendió demasiado.
 
Pero ahora el chico estaba mejor. Pasó de taciturno y callado a ser la alegría de la casa. El trauma parecía superado.

Una noche Paul y Sarah decidieron salir. Lo habían dejado todo preparado para que los chicos pidieran unas pizzas y Sony fuera el responsable de mandarlos a todos a la cama. La cita al final había salido perfecta. El teatro, la cena e incluso hubo un baile. Eran un matrimonio muy unido y aunque últimamente ninguno de los dos disponía de mucho tiempo libre por su trabajo seguían tan enamorados como el primer día. 

Aquella noche, y como dos niños traviesos, premeditaron “hacer el amor en silencio” cuando llegaran a casa. Hacía apenas dos minutos que una fuerte tormenta había dejado la zona cuando aparcaron en la parte frontal de la casa y vieron algo raro.

Era Laura, su pequeña, que estaba empapada al lado de las escaleras de la entrada, acuclillada en el rincón y con un bulto ensangrentado en el regazo. Los padres salieron del coche gritando su nombre y corrieron hacia ella a ver qué le pasaba. Descubrieron de cerca que el espectáculo era aun peor de lo que les había parecido. Se quedaron sin palabras.

Tenía la cara y el camisón manchados de sangre y con las manos temblorosas sin apenas fuerzas le tendía a su madre el pequeño bulto.

Es mi hijo alcanzó a decir antes de caer de lado, no desmayada sino muerta.

La espalda de la cría estaba totalmente cubierta de sangre y en el suelo había un gran charco de la misma que se iba mezclando con el barro.

Mudos y sin moverse, lo único que mostraba un halito de vida en esta escena era el pequeño que sujetaba Sarah, que no paraba de berrear y aun estaba conectado a su madre por el cordón umbilical. Paul con un instinto que le salió más del alma que del cerebro sacó su navaja suiza y lo cortó. La mujer, aún arrodillada junto al cadáver de su hija, envolvió al bebé en su abrigo y miro perdida a su marido.

¿Y Tim y Sony?

Paul se encaminó a la casa con la navaja en ristre, más por olvidarse de guardarla que por pretender usarla contra alguien.

La única luz en el interior de la casa era la de la cocina que bañaba mortecina el pasillo de entrada y las escaleras. Al pie de estas se encontraba Timmy.

No le hizo falta encender la luz para distinguir la escena. Sara, que había llegado detrás de él, calló de rodillas con lagrimas silenciosas sin podérselo creer. Su hijo pequeño estaba totalmente desnudo, boca abajo en el suelo y sobre un gran charco de sangre. A todas luces lo habían violado para después clavar en su espalda y muslos toda clase de utensilios de cocina, desde tijeras a tenedores como si fuese un alfiletero humano. Sarah se irguió y se fue a la cocina. Aun en estado de shock su marido pudo oír como pedía ayuda a la policía con una voz automática. Por el rabillo del ojo Paul alcanzo a ver una silueta en el salón.

Sony, sentado en la butaca de orejas estaba totalmente desnudo, con manchas de sangre aquí y allá y una sonrisa que enseñaba todos los dientes, histriónica y malvada. Parecía un rey en su trono de pesadilla. Agarraba en una mano un gran cuchillo de cocina que clavaba inconscientemente una y otra vez en el brazo del asiento que estaba ya destripado. Miraba a Paul fijamente a los ojos sin dejar de sonreír. El hombre no se movía. Observaba a un lado y a otro sin comprender nada. Sarah debía seguir en la cocina cuando a los pocos minutos apareció la policía del pueblo, cinco tipos armados que preguntaban insistentemente qué había pasado. Sin intención de nada, se acercaron dos al chico sentado para ver si estaba bien. Este les señalo con el cuchillo a uno y a otro con cara de inocencia.

¿Me vais a pegar?

Todo pasó muy rápido y al minuto Sony estaba en el suelo esposado y gritando.

¡No me castigues papá, seré bueno! y empezó a reírse ¡Por favoooor! ¡Seré bueno, bueno, bueno lo prometo! ¡No me castiguéis, no me metáis nada por el culo! ¡Poooor favoooor!

Paul estaba contra la pared y tenía la sensación de que la sangre le quemaba bajo la piel. La expresión en su rostro era irreconocible, con los músculos tensos y los ojos desencajados. Pero la pared le sostenía, la pared impedía que le clavaran cosas en la espalda como al pequeño Tim. Ni siquiera reaccionó para apartarse un poco cuando los policías forcejeando se llevaban a Sony a rastras. Podía oír como el bebe de la cocina lloraba y parecía que unos enfermeros se lo llevaban con Sarah al hospital. El sheriff, viejo amigo de la familia se acercó a él.

Por el amor de Dios Paul ¿Qué ha pasado aquí?

Paul le miró como si hubiera aparecido de la nada. Paseó la vista alrededor, las manchas de sangre en las paredes, la alfombra, los muebles destrozados… Su casa.

No lo sé.

2 comentarios:

Infiernodeldante dijo...

Espeluznante e inquietante historia la de Sony. Tal como lo dice el titulo de la entrada "sin palabras". Dejo beso, corazón.

Anónimo dijo...

muy buenos relatos, solo decirte que en esto de los blogs, o escribes algo un pelin mas cortito o le das mas espacios a las lineas, para no cansar la vista, solo eso,un besitooooo