El hombre caminaba por la calle y, salvo por algún que otro transeúnte que le miraba de reojo al pasar, nadie le prestaba atención. Sólo hubo un momento en que una mujer se volvió y le gritó que si estaba bien, pero él, ignorándola, siguió adelante temblando, abrazándose a su delgado cuerpo todo lo que podía, encogiéndose como si en algún momento dado fuese capaz de desaparecer.
De vez en cuando miraba el móvil que le había dado Mallory donde aparecía la ventana del Google Maps siguiendo su posición y le marcaba con puntos el camino a pie hasta su destino.
Faltaban doscientos metros, sólo doscientos metros. Todo recto
y a la derecha.
Mallory siempre era dulce con él. Le decía las cosas despacio y
con cariño. Era verdad que a través de un cristal de quince centímetros de
espesor le resultaba muy difícil entender lo que era el contacto humano pero
Mallory todo se lo explicaba con paciencia, contestaba todas sus preguntas y le
contaba cosas del mundo que eran realmente interesantes.
Todos eran bastante amables con él. Tal vez Brian era algo más
hosco que el resto, aunque Mallory ya le había explicado que a veces la gente
es así, lo que se llama ser antipático y que no era nada personal contra él.
Sin embargo no lo creía demasiado. En realidad no lo creía
demasiado de nadie; ni de Pete, ni del simpático Robert, ni de Siobhan… de
nadie excepto de Mallory.
-Arthur… ¿de verdad eso te importa? Porque tiene que dejar de
importarte. Es muy importante que no te importe. No siempre puedes gustar a
todo el mundo, ni todo el mundo te gustará a ti. ¿Lo entiendes?
Y después ponía la mano en el cristal y él ponía su mano
delante de la de ella y era como si se tocasen. No sentía su piel ni sentía
nada que no fuese el duro y frío cristal, pero sí que había algo más allá: la
sensación de conectar con otro ser humano.
No. Mentira. Eso no era conectar.
Arthur sabía muy bien lo que era conectar de verdad y aquello
no lo era. A veces veía a Mallory y la sentía tan lejos que no lo soportaba, le
costaba respirar. Cuando eso pasaba deseaba tanto que ella estuviera en la
habitación que absorbía fuerza sin querer, como respirar muy hondo, y algunos
objetos en el interior de la cámara se degradaban de forma visible. Entonces
saltaban las alarmas y debían insuflar gas en el interior para sedarle. Durante
varias horas la enorme estancia acristalada de cien metros cuadrados se volvía
blanca por el humo y, pasado el tiempo, cuando despertaba, siempre estaba
dolorido y tan sediento que debía beber al menos un litro de agua.
En su estado normal, cuando estaba tranquilo, siempre sentía
los objetos del interior de la cámara como algo propio, algo de sí mismo.
Notaba en su interior, como parte de su propio cuerpo, cada partícula de polvo,
cada pliegue de las sábanas, cada pelusa o miga caída y escondida en un rincón.
A veces dejaba esas pelusas por pura familiaridad, pero en general cuando le
pedían cada mañana que limpiase la estancia solía arreglarlo todo y dejarlo sin
mácula. A veces, como prueba, le metían ratones sin avisar, incluso algún que
otro conejo y una vez un perro. Los metían y le dejaban que jugase al escondite
con ellos. El juego consistía en ponerle una venda en los ojos y él debía
adivinar en qué parte de la estancia estaban los animales. Muy a menudo metían
dos o tres. A veces más, e incluso mezclaban especies: dos ratones, dos conejos…
Él debía adivinar cuántos eran, cómo eran y dónde se habían escondido. Era muy
divertido y siempre le hacía reír.
Lo malo era que el juego siempre se acababa igual.
- Termina el juego, Arthur. - le decía Brian con su voz de
hastío mientras tomaba notas en una tablet.
Entonces él tenía que concentrarse, elevaba sus sensaciones, la
«influencia», absorbía fuerza y de golpe todos los animales caían al suelo.
No había pataleo, no había emoción. Sencillamente caían. A
veces con los ojos abiertos, a veces con los ojos cerrados… su corazón dejaba
de latir y ya está. Sus cerebros, que antes Arthur podía sentir como algo
pulsátil y eléctrico, se volvían un blando amasijo de carne inerte, igual que
los filetes que solían ponerle para comer. Después le tocaba recoger los
cadáveres y tirarlos por la trampilla de la basura.
Siempre quedaban excrementos de conejo y de ratón por todas
partes y recogerlos se le antojaba una tarea realmente penosa. Le hacía
sentirse muy solo.
Habría sido más fácil de estar Mallory con él, pero no sabía
muy bien por qué ella casi nunca estaba durante esos juegos. En realidad no
sabía nada de las tareas que tenían cada uno… ni por qué estaban allí. John
Friedman le había dicho que todo era como un engranaje, que formaban parte de
un gran equipo, y que cada uno tenía su cometido: el de Arthur era estar allí y
obedecer las sencillas tareas que se le encomendaban.
John estaba allí desde el principio, desde que Arthur tenía uso
de razón y era sólo un niño, antes incluso de que empezara a tener los episodios
y de que ya nadie pudiera entrar en la cápsula. Antes de eso sí que recibía
algunos abrazos pero eso se acabó. También John, que un día sin más dejó de ir
a verle.
Había un reloj en la gran pared de la estancia fuera de la
cápsula. En ese reloj se marcaba la hora por un lado, y por el otro el tiempo
que llevaba allí: veintidós años, siete meses y catorce días. Esa era su edad.
Cuando el contador marcaba un año más, Mallory aparecía con una
pequeña tarta y una vela, la ponía en la trampilla transportadora y se la hacía
llegar.
- Pide un deseo - decía ella con una sonrisa dulce. Sentada en
el suelo con las piernas cruzadas ante él, esperaba emocionada. Y él siempre
pedía lo mismo y soplaba la vela.
- No me digas lo que has pedido o no se cumplirá.
Él se sonrojaba y no se lo decía. En realidad no se lo habría
dicho nunca aunque de ello dependiese que se cumpliera. No se atrevía.
Mallory no era especialmente bonita, ni tampoco tan joven como
Arthur. Sin embargo era tan dulce, buena y tenía unos ojos tan cálidos color
miel, una sonrisa tan sincera que él no podía evitar confiar en ella.
La mujer apenas llevaba tres años formando parte del equipo.
Empezó siendo sólo una ayudante que pasaba de vez en cuando, como hacían
Siobhan y los demás. Al principio, ni siquiera hablaba con ella tanto como con
Ernest, que se sentaba con él durante una hora diaria para preguntarle cómo se
sentía o si estaba triste. Sin embargo un día de casualidad Mallory se acercó y
se puso a hablar con él. Por alguna razón que desconocía de pronto ella dejó de
hacer otras tareas y empezó a pasar más tiempo sentada al otro lado del
cristal. A nadie le parecía mal. El resto del equipo pasaba, les saludaba y
seguían a lo suyo.
Se sentía más tranquilo desde que ella pasaba tiempo con él.
Aunque a veces tenía los episodios, pasado un tiempo empezaron a ser más
espaciados, podía controlarlos mejor. Mallory le enseñó a respirar hondo y
serenarse.
- Un, dos, tres… coge aire. Un, dos, tres… suelta el aire. Así…
muy bien. Lo haces muy bien, Arthur. Cada vez mejor.
Los últimos meses apenas había tenido incidentes y ninguno en
los tres meses anteriores.
Sin embargo aquella semana había ocurrido algo.
Él no sabía qué pasaba pero Mallory le dio unas instrucciones
muy claras.
- Lo único que tienes que hacer es estar tranquilo, ¿de
acuerdo? Tú controla el impulso, como hemos practicado, y todo irá bien.
Había unos hombres vestidos de negro que llevaban unas máscaras
muy extrañas y portaban armas. Llevaban consigo una gran caja de metal oscuro,
de dos metros por dos, cerrada y con sólo una pequeña ventana de cristal y unos
agujeros respiradores como único contacto con el exterior. Le pidieron por
favor que entrase, Mallory le animó y él obedeció.
No tenía miedo, ni alegría. Iba a salir fuera de la cápsula por
primera vez en su vida y lo único que sentía era una intensa curiosidad.
Creía que ya sabía todo del mundo exterior por ver la
televisión y por las cosas que Mallory le contaba, sin embargo todo era muy
distinto. Para empezar nunca había sentido los bamboleos que había tenido
dentro de la caja, no sabía lo que era el mareo y eso le asustó.
- Tienes que controlarte, Arthur - le había dicho su amiga
después de que él vomitase dentro de la caja. - Contrólalo o tendremos que
sedarte para que no te hagas daño. Respira hondo como tú sabes: un, dos, tres…
coge aire. Un, dos, tres…
Había visto los helicópteros en la televisión y en las
películas. Sin embargo eso no le había preparado para el ruido, el movimiento
de vértigo, la sensación de ir a caer… Se cogió fuertemente de las agarraderas
y se concentró todo lo que pudo en su respiración. Sabía que Mallory estaba
fuera y que todo iba a salir bien. Ella le hablaba constantemente y le calmaba
recordando otras conversaciones y algunos programas de televisión que habían
visto juntos.
De pronto el helicóptero toco suelo, entonces descargaron la
caja y sin previo aviso abrieron la puerta.
El sol.
Sabía lo que era aunque nunca lo había sentido.
El aire.
El olor.
El viento de las aspas del helicóptero se arremolinaba a su
alrededor y el ruido era ensordecedor. Estaba por primera vez al aire libre,
sobre suelo firme y cuando miró al rededor se dio cuenta de que estaba sobre el
tejado de un edificio, en medio de una gran ciudad.
Sin embargo el tiempo pareció pararse… porque se dio cuenta de
pronto de que por primera vez estaba frente a Mallory sin un cristal de
separación.
Ella la miraba y le sonreía, y el primer impulso de Arthur fue
avanzar para darle un abrazo.
En un solo instante los cinco hombres que le rodeaban le
apuntaron con sus armas, Mallory dejó de sonreír, con los ojos muy abiertos y
visiblemente asustada dio un paso atrás.
Él asintió docilmente: no podía tocarla, no podía tocar a nadie.
Mallory le dejó delante de él, en el suelo, unos auriculares
con micrófono que le animó a ponerse y se puso ella después unos iguales.
- Hola - dijo ella a través de los cascos. Volvía a sonreír y
eso era bueno.
- Hola - sonrió él también.
- Vamos a jugar a uno de nuestros juegos, ¿de acuerdo, Arthur?
Este móvil - dijo dejando el aparato en el suelo ante él - Tiene abierta la
aplicación del GPS ¿lo ves? Por un lado tiene una flecha donde pone tu
ubicación y por el otro el punto donde está tu destino. Está muy cerca, y es
muy fácil. Lo único que tienes que hacer es bajar por aquellas escaleras de
allí, salir a la calle y andar cuatro manzanas hasta el destino que marca el
GPS. Tienes que evitar en todo lo posible tocar a nadie y por encima de todo no
ponerte nervioso ¿de acuerdo? Respira hondo y sólo anda hasta allí.
- ¿Y si no puedo? ¿Y si me toca alguien? - dijo asustado.
- No pasa nada, Arthur. Si te toca alguien tú sigue andando. No
hagas caso. Sólo tienes que concentrarte en seguir el camino y todo irá bien -
dijo calmándole con las manos y haciendo el gesto de respirar -. Cuando llegues
a tu destino pulsas el botón verde que aparece ahí ¿lo ves? Sí, ese. Lo pulsas
y te pones el teléfono en la oreja y hablarás conmigo. Yo estaré contigo, Arthur,
pero tienes que llegar al destino, ¿de acuerdo?
Acordaron que él bajaría las escaleras después de que el
helicóptero se hubo marchado y eso hizo. Tras devolver los auriculares, todos
volvieron al helicóptero y Mallory se despidió con una gran sonrisa y un pulgar
arriba.
Le dejaron solo con la caja mientras veía al aparato perderse
en la lejanía.
Podría parecer fácil su cometido, pero nada más lejos de la
realidad. Para empezar no había bajado escaleras en su vida y, aunque todo
aquello tan nuevo le parecía fascinante, tenía miedo de perder el equilibrio a
cada paso y le daba cierto mareo. Por otro lado nunca había andado más de
veinte metros seguidos que era lo que tenía de largo la cámara, ni tampoco
había estado al aire libre, ni…
Cuando salió al exterior había muchísima gente. Empezó a
angustiarse de forma terrible y tuvo que retroceder, cerrar la puerta y
respirar hondo porque notaba como empezaba un ataque de pánico. Se hizo un
ovillo en un rincón y se quedó allí un buen rato mientras trataba de dominarse.
La influencia se le descontroló un poco hasta el punto de que empezó a notar a
algunos viandantes que pasaban de largo en la calle, al otro lado de la puerta:
un hombre con su perro, una anciana, una mujer con un bebé…
«Domínate, puedes hacerlo»
No sabía si era su propia voz o la de Mallory, pero pasado un
rato consiguió serenarse. Cogió aire y salió al exterior.
Ruido, gente, aire extraño, movimiento a su alrededor, coches
que corren por el asfalto, pájaros, perros que ladran, niños que chillan, un
murmullo interminable de vida…
Se abrazó a sí mismo y echó a andar, horrorizado con la idea de
que alguien le tocase y, sin embargo, alguien sin querer se chocó con él y
siguió andando como si nada.
No había pasado nada.
El primer contacto físico con alguien desde hacía una década y
no había ocurrido absolutamente nada.
Siguió andando tan sorprendido como asustado. Al poco empezó a
llorar. Sentía soledad y angustia, se abrazaba con fuerza y luego aquella mujer
le preguntó que si se encontraba bien.
«Doscientos metros. Aquí pone que llegaré en doscientos
metros».
Siguió dos manzanas y cruzó la calle cuando todo el mundo lo
hacía. Después todo recto y a la derecha y por fin, el aparato le indicó
que había llegado a su destino.
Allí no había nada llamativo. Miro alrededor y el edificio de
ladrillos que tenía delante parecía de viviendas, estrecho y sobrio. Una
peluquería por ahí, una panadería por allá… Se retiró a un lado para alejarse
del paso de los transeúntes y pulsó el botón verde. Al momento Mallory contestó
al otro lado. Estaba pletórica y reía.
- ¡Muy bien, Arthur! ¡Estoy muy orgullosa de ti!
Notaba que ella lloraba de alegría.
- ¡Me tenías muy preocupada pero lo has hecho fenomenal!
¡Realmente bien! Sabía que podías hacerlo ¡lo sabía!
Ambos rieron y él le explicó todo lo que le había pasado.
- ¡Pero he podido controlarlo! Ha sido difícil, pero he podido
hacerlo. Incluso alguien me ha rozado y no ha pasado nada. ¿Cómo es posible?
- No lo sé, Arthur. No sabemos todavía cómo enseñarte a
manejarlo ni cuáles son tus limitaciones pero tenemos que hacer más pruebas ¿de
acuerdo? Ahora mismo vamos a intentar algo ¿te parece? Necesito que amplíes el
radio de influencia, ¡no mucho! Sólo unos pocos metros.
- No sé si podré…
- Ánimo, Arthur. Lo más difícil ya lo has hecho.
Él la hizo caso. Amplió la percepción unos metros, de modo que
sólo sentía aquello que había entre él y el borde de la acera y también aquello
que había tras él en el interior del edificio.
Notó una rata corriendo por un sótano, y la paloma que estaba a
tres metros de él posada en una valla. También notó al hombre que pasó por
delante de él hablando por el móvil y oyó lo que decía, no sólo con sus oídos
sino también en su cabeza.
- Puedo notarlo, Mallory. Noto incluso las plantas entre las
grietas del suelo.
Empezó a reír de pura alegría. Aquella sensación de notar a
otros seres vivos en su radio de influencia siempre le hacía sentir realmente
bien.
- Muy bien, Arthur. Ahora vamos a ampliarlo más, ¿vale?
Amplíalo al otro lado de la calle y dime lo que ves.
Él obedeció, sin embargo no todo era tan sencillo. Ampliar el
radio de influencia no sólo funcionaba en una dirección, sino que era más como
una esfera en la que él era el epicentro de todo. Notaba lo que había hasta el
otro lado de la calle pero también lo que había detrás, lo que había en el
subsuelo y lo que había sobre él.
- Noto cucarachas… cucarachas naciendo… -dijo con una mezcla de
asco y fascinación.
- ¿Qué más?
Había un torbellino caótico de emociones. Aquello era similar a
que le hicieran un masaje en los pies y al mismo tiempo le dieran una bofetada.
Sensaciones dispares por todas partes: animales que corretean, gente que ríe,
gente que anda, plantas, pájaros…
- Hay un hombre haciendo daño a una mujer. No sé por qué le
hace daño pero la grita y forcejea con ella ¿por qué hace eso?
- No lo sé, Arthur, pero no te quedes con las cosas malas,
fíjate en lo bueno, fíjate en lo que te gusta.
- Me gustan los niños… -sonrió- nunca había visto niños en
persona y me gustan. Son bonitos y hacen ruido.
- Muy bien, Arthur, sigue así. Ahora quiero que amplíes más,
bastante más. Quiero que amplíes hasta el edificio en donde te hemos dejado con
el helicóptero.
- ¿Tanto?
Nunca había ampliado tanto el límite. De hecho nunca lo había
ampliado fuera de las paredes de la cámara y no sabía si sería capaz.
- Tienes que intentarlo, tienes que hacerlo hasta que puedas
notar la caja en la que te trajimos. ¿Puedes intentarlo por mí, Arthur?
- Sí, puedo intentarlo.
Se concentró todo lo que pudo y se sorprendió al darse cuenta
de que no le costaba demasiado trabajo. Alcanzó la caja y tuvo ganas de
sobrepasarla aunque se contuvo.
Al momento se sintió abrumado, su respiración se alteró y se le
calló el móvil al suelo. Pudo oír en su cabeza las vibraciones en el aire que
producía la voz de Mallory saliendo del aparato.
La gente pasaba por la calle, o hablaba con otra gente en sus
casas, reían, lloraban, follaban, agredían a otros, cantaban… mil vibraciones
en su cabeza que hacían un todo. Un murmullo constante, un latido pulsátil…
Cogió el móvil y antes de verlo con sus ojos ya sabía que la
pantalla se había rajado al caer.
- Hay gente mala, Mallory. ¿Por qué la gente es mala? Algunas personas
gritan a otras y las odian, y hay niños que pegan a otros niños, y gente mayor
que también pega a los niños, y gente que grita y llora…
Arthur lloraba, se lamentaba por una humanidad que no era lo
que él esperaba, que le decepcionaba, una humanidad que sabía odiar sin reparo,
que se revolvía en su tristeza y cuyo sentimiento más reprimido era el amor.
- La gente también sabe querer, Arthur. Hay muchas cosas que no
ves, muchas cosas que no se demuestran con los actos de un momento sino con el
día a día, con lo que se hace a lo largo del tiempo. Quizás hoy se griten, o se
odien, pero mañana harán las paces, se abrazarán, se querrán, se ayudarán unos
a otros… Tú sólo estás viendo un fragmento de sus vidas. Estás viendo mucho
pero en realidad ves muy poco. Tienes que darle una oportunidad a la gente y
verlo como un todo. Eso es vivir, Arthur - ella lloraba-. Vivir son muchas
cosas, unas buenas y otras no tanto, pero es lo hermoso de un todo en su
conjunto. Siéntelo. Tú que puedes: siéntelo.
Y Arthur lo sintió. Notó el todo a su alrededor y quiso formar
parte de ello. Y sintió aquel cosquilleo en su interior que le instaba a coger
fuerza, pero se contuvo. Era como una delicada y bella flor que quisiera
arrancar para quedársela… sin embargo sabía que al hacerlo perdería toda su
esencia.
- Está bien - dijo-. Está bien. Creo que puedo controlarlo.
- Muy bien, Arthur. Yo estoy contigo.
Ella le dio un momento de reflexión y luego continuó.
- Amplía el radio un poco más. En realidad, bastante más.
Tienes que llegar a notar un parque con columpios y un estanque en su interior
¿crees que podrás?
- Lo intentaré.
Era una distancia considerable, hasta el punto de que en un
momento dado pudo ver en su cabeza a las personas que viajaban en un avión que
le sobrevolaba. Notaba voces, objetos, animales, personas, plantas… todo
formaba un amasijo tumultuoso en su cabeza y, sin embargo, estaba empezando a
acostumbrarse a ello. Empezaba a sentirse cómodo con el hormigueo de cada ser
independiente revolviendo su propia existencia. Parecía que cuanto más
abarcaba, tanto más le relajaba. Ya no eran gestos independientes de violencia
o de cariño, o de existencia. Ahora era global y uniforme, como en una pintura
de Polock: no se podía mirar cada punto sino todo en su conjunto.
La voz de Mallory se le antojó distante y nimia. Aquel placer
lisérgico de sentir un gran pedazo del universo ocupaba su mente y le
tranquilizaba.
- ¿Estás bien?
- Sí. - murmuró él arrastrando la sílaba.
- ¿Seguro?
Él sonrió feliz.
- Noto a la mujer que me ha preguntado si estaba bien. Habla
con otra mujer sobre mí… dice que le he dado pena - él sonreía con compasión.
La voz de Mallory volvió a sonar al otro lado pero él apenas podía escucharla-
También noto a John - dijo feliz-. A John Friedman. Hacía tanto que no le veía…
parece distraído y cansado. Está sentado en una silla de escritorio y hay una
mujer con él y le abraza.
- Arthur… Arthur… ¿Estás bien?
- Sí… es sólo que, de alguna forma, tengo ganas de absorber
parte de esa vida, es como si tirase de mí. Aunque sea un poco… es tan… - se
echó a reír- ¡maravilloso!
Notó que Mallory suspiraba, tal vez disgustada o tal vez
triste.
- ¡Pero no lo haré! -se apresuró él -. Te prometo que no lo
haré. No cogeré fuerza ni nada…
- No pasa nada, Arthur. Puedes hacerlo si quieres.
- ¡No, no!
- Hazlo si quieres, Arthur.
- Bueno… pero sólo un poco.
La voz de Mallory se volvió dura de repente. Más dura de lo que
había sido jamás.
- No, Arthur. Termina el juego.
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