Relato basado en la canción de Joaquín Sabina, "Peor para el sol".
Reaccione rápido.
—No. Digamos que solo me molesto por los amantes discretos, de esos que solo te pierden el respeto en la cama.
—Yo no —me vendí.
—¿Estas seguro?
Hacía rato que la conversación era un pulso. Desde que nos conociéramos y compartiéramos droga en el baño todo era un tira y afloja sexual. Nada de caricias sin querer o roces furtivos. Solo palabras.
Se le agrió un poco el rostro. Pude darme cuenta de un pellizco de dolor en su mirada y me arrepentí enseguida de haber dicho aquello. No pensaba disculparme y por un momento vi tambalearse mi noche de suerte. Rápida se recompuso.
Cada uno en su lugar, me dije. Traté de avivar la conversación.
Me miró con un gesto discreto de arriba abajo, apoyada elegante en la barra, midiéndome. Al poco se me acercó melosa.
Sonreí. No me sentía capaz de nada mejor. Me tomé lo que quedaba de mi cerveza lo más rápido y decente que pude, casi temblando, mientras ella contemplaba divertida su obra. Había hecho de mí con un par de frases un hombre irracional, un loco por follar que quería salir de ahí cuanto antes.
Hacía rato que la conversación era un pulso. Desde que nos conociéramos y compartiéramos droga en el baño todo era un tira y afloja sexual. Nada de caricias sin querer o roces furtivos. Solo palabras.
Se le agrió un poco el rostro. Pude darme cuenta de un pellizco de dolor en su mirada y me arrepentí enseguida de haber dicho aquello. No pensaba disculparme y por un momento vi tambalearse mi noche de suerte. Rápida se recompuso.
Cada uno en su lugar, me dije. Traté de avivar la conversación.
Me miró con un gesto discreto de arriba abajo, apoyada elegante en la barra, midiéndome. Al poco se me acercó melosa.
Sonreí. No me sentía capaz de nada mejor. Me tomé lo que quedaba de mi cerveza lo más rápido y decente que pude, casi temblando, mientras ella contemplaba divertida su obra. Había hecho de mí con un par de frases un hombre irracional, un loco por follar que quería salir de ahí cuanto antes.
—Así estoy yo —la agarré de la cintura y me froté contra ella sin recato. No intenté besarla. Ella a mí tampoco.
—Es por aquí, a la vuelta —dijo con ojitos brillantes.
Apenas pude ver unos minutos la playa de San Lorenzo antes de girar la esquina. El paseo marítimo siempre bullicioso estaba ahora desierto, a excepción claro de algunas almas pérdidas, o en nuestro caso, en busca de la perdición. La gente decente, pensé, se había ido a dormir hacia mucho, con el sol. El Sol, ese marido confiado y sin remordimientos, ese que se va a la cama temprano, ese que no sabe, que no quiere saber, ni se imagina, los deslices a los que empuja su abandono. Peor para él, me dije. Y le dimos la espalda al mar.
Llegamos al portal tranquilamente, cogidos de la cintura como cualquier pareja.
Apenas pude ver unos minutos la playa de San Lorenzo antes de girar la esquina. El paseo marítimo siempre bullicioso estaba ahora desierto, a excepción claro de algunas almas pérdidas, o en nuestro caso, en busca de la perdición. La gente decente, pensé, se había ido a dormir hacia mucho, con el sol. El Sol, ese marido confiado y sin remordimientos, ese que se va a la cama temprano, ese que no sabe, que no quiere saber, ni se imagina, los deslices a los que empuja su abandono. Peor para él, me dije. Y le dimos la espalda al mar.
Llegamos al portal tranquilamente, cogidos de la cintura como cualquier pareja.
—¿Es que no lo somos? —susurro a su vez.
Y abrió la puerta. Y antes de que tuviera tiempo de encender la luz, allí mismo, en el portal, la cogí del brazo y la apoyé en la pared. Ahora sí, la besé. Conquistando su boca con mi lengua, su culo con mis manos, sus tetas, sus piernas… no daba abasto con solo dos manos. Ella, mas hábil y centrada que yo, ya me había desabrochado los pantalones y me acariciaba la polla desnuda mientras yo ganaba terreno bajo su falda.
Y abrió la puerta. Y antes de que tuviera tiempo de encender la luz, allí mismo, en el portal, la cogí del brazo y la apoyé en la pared. Ahora sí, la besé. Conquistando su boca con mi lengua, su culo con mis manos, sus tetas, sus piernas… no daba abasto con solo dos manos. Ella, mas hábil y centrada que yo, ya me había desabrochado los pantalones y me acariciaba la polla desnuda mientras yo ganaba terreno bajo su falda.
A ella se le escapó un gemido, así que reuní fuerzas y la alcé contra la pared. Ella misma, con su mano libre encauzó ambos sexos y yo, sin estar seguro de nada, me deje llevar por la intuición y empujé con fuerza.
Sentí un triunfo, mi premio. Llevaba dos horas desde que la echara el ojo manteniendo un patético control, queriendo ser sucio, bufando por follarla como pudiera, donde pudiera. Me lancé desesperado a penetrarla, furioso, casi inconsciente. Solo había en mi mente dos ideas: más rápido y más fuerte. Era un loco a merced de mis caderas que empujaban las suyas como podían. Humedad, frio, el sonido pulposo de nuestros cuerpos al chocar. La oía gemir en mi oído, suave, rápido, discreta, justo lo que yo necesitaba para explotar. Sin preocuparme por ella me embalé al ver venir el orgasmo y fui yo quien gritó sin poder ni querer evitarlo al correrme dentro de ella. Aún con fuerza se la metí dos veces, regodeándome. Nos calmamos. Me calmé.
Al cabo de un rato pude disculparme.
Nos recompusimos, ella con más arte que yo. Me guio aún a oscuras hacia el ascensor. No quería encender la luz. Por los vecinos, dijo. El recato después de un polvo, pensé. Les pasa a muchas mujeres. Primero hacen el amor, se descontrolan, gritan, patalean, se ponen lascivas, sueltan guarradas y después se tapan pudorosas con las sabanas. Casi me rio de ella en su cara si no fuera porque en el ascensor si había luz y pude ver que me comía con la mirada. Me ponía enfermo. Me estaba poniendo enfermo otra vez. Pulsó un botón.
—El sexto —dije.
—¿Te gusta?
Me gustaba aquello. Para mí, besar siempre ha sido muy importante, es un gesto que me excita, me seduce cómo se mueve el otro, cómo se junta la boca, la tensión en los labios, el movimiento de la lengua, en mi camino por la sexualidad me he topado con mujeres de las que me hubiera gustado prescindir de haberlas besado. Todas hay que probarlas, digo siempre. Y desgraciadamente para mi gusto siempre se empieza besando. Es una costumbre, yo diría un instinto animal y no se puede pasar a mayores si no has probado la boca primero, es parada obligatoria. Pero el hecho de que me guste besar no hace que me lance de cabeza ansioso a los labios de todas las mujeres con las que intimo. Sé lo que me hago. Hay labios más deseables que otros, y el deseo, cuidado, en nada tiene que ver con las formas. Detrás de unos labios bonitos puede haber un beso flojo, sin gracia, falto de ternura o con exceso de ella, en ocasiones hasta desagradable, con excesiva violencia o con desgana. Creo que el besar es cuestión de gustos. Y el beso que a mí me gusta es dulce, sensual, intenso, con la humedad justa, con un ritmo acompasado, como un baile, algo que engancha, que vicia, que crea adicción como las drogas.
Me gustaba aquello. Para mí, besar siempre ha sido muy importante, es un gesto que me excita, me seduce cómo se mueve el otro, cómo se junta la boca, la tensión en los labios, el movimiento de la lengua, en mi camino por la sexualidad me he topado con mujeres de las que me hubiera gustado prescindir de haberlas besado. Todas hay que probarlas, digo siempre. Y desgraciadamente para mi gusto siempre se empieza besando. Es una costumbre, yo diría un instinto animal y no se puede pasar a mayores si no has probado la boca primero, es parada obligatoria. Pero el hecho de que me guste besar no hace que me lance de cabeza ansioso a los labios de todas las mujeres con las que intimo. Sé lo que me hago. Hay labios más deseables que otros, y el deseo, cuidado, en nada tiene que ver con las formas. Detrás de unos labios bonitos puede haber un beso flojo, sin gracia, falto de ternura o con exceso de ella, en ocasiones hasta desagradable, con excesiva violencia o con desgana. Creo que el besar es cuestión de gustos. Y el beso que a mí me gusta es dulce, sensual, intenso, con la humedad justa, con un ritmo acompasado, como un baile, algo que engancha, que vicia, que crea adicción como las drogas.
Nuestros besos de aquella noche eran así.
Un piso antes del séptimo cielo se abrió el ascensor.
Cuando abrió la puerta y eche un vistazo a la casa vi que era una mujer pudiente. Hay quien se siente cobarde ante gente con dinero, pero yo personalmente lo veo como lo que es; una oportunidad única de dejar que los demás me hagan feliz.
Techos altos, muebles antiguos, jarrones caros… nada moderno, todo muy convencional, muy pulcro.
Un hilo de ideas me llevo a mirar su vestido, baúl de mis deseos, y fue entonces cuando me di cuenta de que no era cualquier trapo. Snob.
Mientras yo me despojaba de mi sencillo abrigo sin pretensiones, vi una mesita con fotos y me acerqué.
Una serie de rostros anónimos me sonreían, sin intuir supuse, que si el objeto de hacerse una foto es recordar un momento especial, siempre puede venir un desconocido a tu casa con deshonestos propósitos a reírse de tu cara. En algunas salía ella y, por el peinado y el aspecto, deduje que hacía mucho que se habían tomado, testigos de tiempos mejores. Un retrato de familia, o eso creo, con su marido y su hijo. ¿Te han dejado sola?, pensé.
No la oí llegar y me pillo con su foto de boda en la mano. Siempre me han parecido ridículos estos retratos, los novios manejados como monigotes por un tipo que se dice profesional, que suda, que te toca demasiado y te hace poner poses absurdas y cara de idiota. En este caso al menos el novio tenía esa cara.
No la oí llegar y me pillo con su foto de boda en la mano. Siempre me han parecido ridículos estos retratos, los novios manejados como monigotes por un tipo que se dice profesional, que suda, que te toca demasiado y te hace poner poses absurdas y cara de idiota. En este caso al menos el novio tenía esa cara.
—Claro —dijo tranquila. Su talante cambió al adivinar lo que yo estaba a punto de hacer —. Pero, ¿se puede saber qué coño haces?
Sin saber muy bien porqué o quizá por una mezcla de alcohol, drogas, sexo y despecho, pasó de parecer ofendida a estallar en carcajadas locas, feliz y con ganas. Yo disfrutaba oyéndola reír mientras me desquitaba un cosquilleo de celos y extendía en aquella foto de mierda una gran ralla encima de la cara de su estúpido y flamante marido. Usé todo lo que tenia, no poco, y suficiente para volver a coger ritmo.
Sin saber muy bien porqué o quizá por una mezcla de alcohol, drogas, sexo y despecho, pasó de parecer ofendida a estallar en carcajadas locas, feliz y con ganas. Yo disfrutaba oyéndola reír mientras me desquitaba un cosquilleo de celos y extendía en aquella foto de mierda una gran ralla encima de la cara de su estúpido y flamante marido. Usé todo lo que tenia, no poco, y suficiente para volver a coger ritmo.
Y encima me he follado a tu mujer mamón.
Copa apurada, ralla metida, la agarre de las muñecas y la incline un poco sobre la mesa, esta vez mas dedicado a ella, la besé el cuello, le quite el vestido…
La acariciaba el pecho, maduro pero firme, bonito, lo saque del sujetador aun sin quitar y lo masajeé, lo estruje con delicadeza entre mis manos mientras me frotaba por detrás contra ella y le lamia la oreja.
—¿Por qué no? —me retiré cruel— ¿Tenemos tiempo no?
Cogí mi copa y la botella y fui a sentarme a un sofá, apartándome de ella, contemplándola. Vi como pudorosa volvía a meterse las tetas en aquel perfecto sujetador. Encaje. Lencería fina. Paseaba como una leona, con el ceño fruncido, casi ofendida y colorada. Me tenía muchas ganas y yo la mantenía en suspenso.
—¿Te he dicho que puedes hacerme lo que quieras?
Me sorprendió. Es posible que alguien diga eso después del sexo, y bueno, hay errores que es mejor no volver a cometer, pero que una mujer terriblemente excitada ponga esa regla o es una provocación o una condición.
Aquel discurso me parecía fuera de lugar, ridículo. Ambos sabíamos que habíamos ido allí a follar como salvajes, a dejarnos llevar, a pasar un buen rato sin complicaciones. Sin complicaciones.
Ella se echó a reír. Todo claro.
Brindamos con más champán. Me considero un hombre de palabra así que me comí sus bragas y así la compensé por lo del portal. Otra botella y toda la ropa por el suelo. Empapados nosotros y el sofá, los cuerpos doloridos en los brazos, en las piernas y en el pecho de tanto reír. Y besos, muchos besos, al final me dolía la boca casi tanto como dejar de besarla. Arañazos, gemidos, locuras posturales, relax.
Así nos encontró la mañana. El sol maldito.
Me vestí, ahora lo sé, con tristeza. Otro beso en la puerta, una mirada suplicante.
Y me marché para no volver.
Me desperté en mi piso aquella tarde con agujetas infernales y una desagradable sensación amarga, como de vacío. "No, hombre", me dije, "¡ya no eres un chaval!" Mis agujetas daban fe de ello, pero mi cabeza no. Por primera vez en años me sentía triste, apaleado por una mujer. Solo una noche, pensé, y ya eres su pelele. Puto idiota. Me consolé pensando que no volvería a verla. Solo tenía que hacerme a la idea. Unos días y alcohol y me habría curado. Deme pastillas para no soñar, por favor.
Volví al bar esa noche pero El Templo del Morbo ya no me ofrecía secretos ni gracia. Había mucha gente, un tumulto, alguna fiesta. En mi particular sentido del patetismo brindé para ella, con ella, con su silla vacía, por la noche inolvidable, por su vida perfecta, por su fantástico marido ignorante.
Otra cerveza. Otra, por favor.
Había perdido la cuenta y entonces… no sé si soñé, pero creo que era suya la voz que me susurraba sensual, ardiente, con amor al oído.
1 comentario:
Olé por esta ampliación de Joaquín Sabina.
Te dejo sugus, que te los has ganado.
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